La Depresión Narcisista de Calderón

La forma de morir de Mouriño y Blake, tal vez si han sido accidentes. Esto refuerza la hipótesis de que un Narcicista Patológico, obsesionado por el poder, tiende a cometer errores autodestructivos. Incluso si fueran "errores" que deliberadamente se cometen para destruir a algún riesgo político. 


Calderón es un líder narcisista maligno deprimido que inconscientemente ha detonado su propia destrucción, empezando por la de sus hombres clave. 


Algo de teoría psicoanalítica al respecto:



Al retornar hacia el self la pulsión agresiva, que no ha podido dirigirse hacia las personas u objetos odiados, surge la depresión. Esto puede explicar en gran medida las actuaciones suicidas que los narcisistas presentan en ciertas crisis, que normalmente tienen que ver con un gran monto acumulado de frustraciones por parte del medio ante sus aspiraciones de poder y reconocimiento, que en cierto punto del desarrollo patológico, pueden convertirse en una situación francamente delirante. Cuando el delirio de grandeza no se cumple, el narcisista acaba odiándose, deprimiéndose.
Jacobson (1964), postula una conexión entre las manifestaciones narcisistas y la depresión, proveniente del distanciamiento entre las representaciones del self y la realidad, que da lugar a un afecto depresivo. También McWilliams (1994) enfatiza la correlación entre trastorno narcisista y depresión, haciéndose manifiesta ésta en el trastorno narcisista a diferencia de la depresión caracterológica, por la sensación subjetiva de vacío, de la que Kernberg (1975/1997), también hace referencia. El líder narcisista patológico, al ver frustradas sus representaciones omnipotentes por una realidad que lo confronta, se deprime y puede llevar a la introyección de toda la rabia destructiva que durante su vida ha proyectado. Eso explica muchas actuaciones autodestructivas en esta clase de líderes.
El comportamiento suicida del narcisista involucra aspectos relacionados con un ataque agresivo hacia el yo que se encuentra dirigido desde el superyó, en el marco de una regresión yoica, que se dispara por las fallas en las representaciones del self. Estas fallas están caracterizadas por una inundación afectiva intensa, maniobras desesperadas para contrarrestar la emergencia psíquica, pérdida de control en la medida en que el self se va desintegrando en la regresión y un esquema grandioso de tipo mágico que le da representación a alguna clase de sobrevivencia ante el ataque suicida. Este fenómeno psíquico se explica en una fallida regulación de los afectos, ineficacia de las barreras yoicas, rendición narcisista, la ruptura del mundo de las representaciones y la pérdida de la prueba de realidad (Maltsberger, 2004).
Ante el castigo temido, el Superyó patológico, primitivo,  más proclive a  la vergüenza que a la culpa, cuando presenta rasgos antisociales graves, el narcisista desarrolla una depresión patológica; donde el bajo concepto de sí mismo, su autoestima real, emerge del inconsciente, y ya no puede ser ocultado por las operaciones del self grandioso, situación intolerable para el sujeto. La única aspiración que se tiene es llegar a un final grandioso, algo que cimbre a los espectadores. Aquí, las actuaciones autodestructivas no se planean conscientemente,  más bien se trata de pasos al acto que no son registrados por el sujeto, bajo la fantasía de que ciertos actos producen un equilibrio de la autoestima. Muchas veces, las decisiones políticas que en la historia han sido consideradas erróneas para ciertos líderes, pudieran estar relacionadas con este fenómeno autodestructivo.
Kernberg deja implícita una patología superyoica. Un superyó que reclama severamente los fracasos del narcisista ante el mundo exterior, su inhabilidad para llegar a los lugares predestinados por el self grandioso,  que agrede las partes sanas que dependen de él, lo que se refleja en una “corrupción generalizada de la intimidad, la dependencia, el compromiso emocional y el amor de los seres humanos corrientes (Kernberg, 1992/1997: 357)”. Además:
...dan la impresión de que su mundo de relaciones objetales ha experimentado una transformación maligna, que lleva a la desvalorización y a la esclavización sádica de las relaciones objetales internalizadas potencialmente buenas, por parte de un self no integrado pero cruel, omnipotente y “loco”... dan la impresión de que han padecido la agresión salvaje de sus objetos parentales, y con frecuencia informan haber observado y experimentado la violencia a principios de la infancia. También transmiten que están totalmente convencidos de la impotencia de cualquier relación objetal buena: los buenos, por definición, son débiles e inconfiables, y el paciente demuestra despreciar a quienes percibe siquiera vagamente como objetos potencialmente buenos. En contraste, a los poderosos se los necesita para sobrevivir, aunque también son no fiables e invariablemente sádicos. El dolor de tener que depender de objetos parentales poderosos, desesperadamente necesitados, pero sádicos, se transforma en ira y se expresa como ira – en su mayor parte proyectada – con lo cual se exagera aún más la imagen sádica de los objetos malos poderosos que se convierten en tiranos sádicos imponentes (Kernberg, 1992/1997: 140 - 141).
Dados los altos montos de vergüenza experimentados por el narcisista patológico, en situaciones donde las gratificaciones deseadas no son alcanzadas, se presenta un proceso proyectivo en el que la agresión tiende a ser asimilada por el narcisista, llegando a grados extremos, que podrán incluir la destrucción rabiosa de los objetos internos que antes eran reconocidos como ideales, para llegar incluso al suicidio. Esto explica en gran medida la debacle en la que pueden llegar a caer los líderes políticos narcisistas patológicos cuando su poder e influencia decaen.

Es decir, lo que aquí propongo es que existe una tendencia inconsciente de alguien que sabe haber obtenido el poder de manera ilegítima (Calderón), que lo ha mantenido en sentimientos de vergüenza constantes. Dichos sentimientos, le llevan a cometer actos fallidos, como por ejemplo, no dotar del mantenimiento necesario o vigilancia a los vehículos aéreos de sus hombres clave, como Mouriño y Blake. 

Sin embargo, queda la duda de encontrar a quien le convenía la muerte de ambos y de los funcionarios que en ambos accidentes iban acompañándoles, como Santiago Vasconcelos y Mora. Hay que pensar en que alguien que controla la seguridad de funcionarios clave, no puede permitirse el lujo de omitir la seguridad de los traslados aéreos, sin caer en una omisión criminal. 

Los hijos huérfanos de todos estos funcionarios muertos en sendos accidentes aéreos mercen justicia y esta llegará.

Por lo pronto, la vergüenza invade los Pinos y acompaña al falso luto...

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