Cuando
emitimos un mensaje, debemos cuestionarnos lo que queremos lograr en la persona
que lo lea. Es decir, si este cumple con nuestro objetivo primordial de concientizar
de la necesidad de que el receptor se convierta en protagonista del cambio
verdadero o al menos ejerza su derecho al voto en favor de MORENA. Por ejemplo,
un ataque envidioso en contra de algún miembro de la clase política, no siempre
va a conseguir empatía en los receptores. Si se dice que Peña Nieto es un
Traidor a la Patria, esto constituye una verdad política, pero si a ello se le
agrega un insulto personal o una burla a alguno de sus familiares, esto ya no
producirá una reacción favorable en muchos de los receptores que están dudosos
de militar o votar por MORENA. Hay que pensar lo que se dice, si bien es cierto
que las redes sociales y las manifestaciones en la plaza pública, en el
ejercicio de nuestro derecho Constitucional de Expresión, nos funcionan como
catarsis, como forma de “sacar” el coraje que nos da estar gobernados.
En
su libro “Nuestro Lado Oscuro”, Elisabeth Roudinesco (2007), se refiere a las
conductas de perversidad que la nobleza francesa realizaba poco antes de 1789,
dice que
“Orgías,
blasfemias, especulación económica, derroche y desenfreno, gusto por el látigo
y la transgresión: todas estas prácticas contribuían a poner ampliamente en
tela de juicio los valores de la tradición, a los que se oponían el deseo de
esplendores instantáneos. Así, fascinada por sus placeres más excesivos, la
aristocracia estaba socavada por la inminencia de su propio fin”.
La
oligarquía que gobierna México padece la misma perversión. Se encuentra
debilitada moralmente y eso la puede hacer vulnerable a nuestros ataques
mediáticos. Ellos han sido educados en la creencia de que pertenecen no a una
clase, sino a una especie superior y tratan de educarnos para que nos sintamos
inferiores.
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