La propaganda en la política pudiera ser definida como
la actividad que utiliza herramientas psicológicas para hacer algo creíble sin
importar si es correcto, aprovechando determinada simbología para influenciar a la masa. La propaganda en
muchas ocasiones se acompaña de la fuerza; por medio de ella, se somete a la
masa a determinadas creencias. Hanna Arendt (1951) explicaba que la propaganda
es parte inevitable de una guerra psicológica y que se usa para lograr que la
población instale en su imaginario determinada creencia.
“...allí
donde el totalitarismo posee un control absoluto sustituye a la propaganda con
el adoctrinamiento y utiliza la violencia, no tanto para asustar al pueblo
(esto sólo lo hace en las fases iniciales, cuando todavía existe una oposición
política) como para realizar constantemente sus doctrinas ideológicas y sus
mentiras prácticas (Arendt, 1951: 425)”.
El uso de la propaganda para posicionar a un líder
político es hoy en día frecuente; el líder trata de “venderse” al votante,
incluso mal informando o desinformando, al utilizar excesivamente los medios de
comunicación a su alcance. Simula ser una persona con las características que
el votante desea, de acuerdo a las encuestas previamente realizadas. Así, las
personas con dotes histriónicas, pueden ser elegidas como candidatos y luego
gobernantes.
Con la propaganda, se intenta presentar al público una
determinada imagen del líder que deberá ubicarle dentro de su imaginario de
manera concordante a sus anhelos, tanto inmediatos como más sentidos. Para
ilustrar lo grave que puede llegar a ser esta perversión de la comunicación
política en aras de conseguir el poder, puede consignarse que en una
investigación histórica donde se asigna responsabilidad a la población alemana
aria en el Holocausto, Goldhagen (1996) sostiene que muchas personas tenían
creencias arraigadas culturalmente, rumores, que pudieran haberse considerado
absurdas acerca de los judíos y que fueron aprovechadas por los nazis en
intensos esfuerzos propagandísticos.
Cuando alguien desea instalarse en el poder para
favorecer a fines particulares o de un grupo elitista, pueden existir fórmulas
para generar en el electorado la necesidad política de un líder con determinadas características. Se ha
observado que producir en la población un estado de terror que permita la
ascensión de un líder autoritario es una de las acciones más comunes que la
mercadotecnia política utiliza, y se convierte en una herramienta del liderazgo
sociopático (Altemeyer, 1996).
Cuando
emitimos un mensaje, debemos cuestionarnos lo que queremos lograr en la persona
que lo lea. Es decir, si este cumple con nuestro objetivo primordial de concientizar
de la necesidad de que el receptor se convierta en protagonista del cambio
verdadero o al menos ejerza su derecho al voto en favor de MORENA. Por ejemplo,
un ataque envidioso en contra de algún miembro de la clase política, no siempre
va a conseguir empatía en los receptores. Si se dice que Peña Nieto es un
Traidor a la Patria, esto constituye una verdad política, pero si a ello se le
agrega un insulto personal o una burla a alguno de sus familiares, esto ya no
producirá una reacción favorable en muchos de los receptores que están dudosos
de militar o votar por MORENA. Hay que pensar lo que se dice, si bien es cierto
que las redes sociales y las manifestaciones en la plaza pública, en el
ejercicio de nuestro derecho Constitucional de Expresión, nos funcionan como
catarsis, como forma de “sacar” el coraje que nos da estar gobernados.
En
su libro “Nuestro Lado Oscuro”, Elisabeth Roudinesco (2007), se refiere a las
conductas de perversidad que la nobleza francesa realizaba poco antes de 1789,
dice que
“Orgías,
blasfemias, especulación económica, derroche y desenfreno, gusto por el látigo
y la transgresión: todas estas prácticas contribuían a poner ampliamente en
tela de juicio los valores de la tradición, a los que se oponían el deseo de
esplendores instantáneos. Así, fascinada por sus placeres más excesivos, la
aristocracia estaba socavada por la inminencia de su propio fin”.
La
oligarquía que gobierna México padece la misma perversión. Se encuentra
debilitada moralmente y eso la puede hacer vulnerable a nuestros ataques
mediáticos. Ellos han sido educados en la creencia de que pertenecen no a una
clase, sino a una especie superior y tratan de educarnos para que nos sintamos
inferiores.
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